En toda ciudad, en todo país, hay sitios únicos que deben ser visitados sí o sí, casi con obligatoriedad, como si fuera un deber. Argentina no es la excepción. Y dicho deber se vuelve imperativo para los locales, los autóctonos, para nosotros. El Hotel de los Inmigrantes, situado en las inmediaciones del puerto de Buenos Aires, es uno de ellos. Su visita es importante para los turistas que llegan a la ciudad, pero es fundamental para los argentinos, hijos y nietos de inmigrantes, para comprender nuestra historia y entender nuestro presente. Como se dice actualmente “para conocer de dónde venimos y saber hacia dónde vamos”.
Muchos edificios, un hotel
El Hotel de los Inmigrantes no siempre estuvo donde hoy se encuentra, en Puerto Madero. Los orígenes de dicho hotel se remontan a agosto de 1857, cuando se fundó la Asociación Filantrópica de Inmigración. Se encontraba en la actual intersección de la Av. Leandro N. Alem y Corrientes y funcionó en tal lugar hasta 1874. Luego, entre 1881 y 1888, el Hotel de los Inmigrantes pasó a situarse en donde hoy se encuentra el Centro Argentino de Ingenieros. Sin embargo, ya eran años de intensos aluviones migratorios y dicho lugar rápidamente colapsó. En 1888, se empezó a construir un nuevo sitio destinado a dar la bienvenida a las diversas olas migratorias. El edificio, obra del ingeniero civil de origen escandinavo Hjalmar Fredrik Stavelius, era de carácter provisorio y se encontraba en la zona del barrio de Retiro. Se lo conocía como el Hotel “Dela Rotonda” por su planta circular. No duró mucho, con poco tiempo de uso, fue demolido en 1911.
El Hotel de los Inmigrantes, de cara al río
Finalmente, a principios del siglo XX se comenzó a construir el Hotel de los Inmigrantes que hoy conocemos. La empresa Udina y Mosca fue la encargada, según proyecto del Ministerio de Obras Públicas. Su arquitectura era vanguardista para la época. De hormigón y con un estilo italianizante, el edificio contaba con diversos pabellones destinados a recibir, prestar servicios, alojar y distribuir a los miles de inmigrantes que llegaron a nuestro país. No solo funcionaba como alojamiento (las camas que aún hoy se pueden observar en el lugar son evidencia de ello), sino que además prestaba servicio médico para todo aquel que lo necesitara.
También tenía una sucursal del Banco Nación y una Oficina de Trabajos. Con el pasar del tiempo, dicha oficina extendió sus funciones. En un primer momento, su tarea consistía solo en la búsqueda de trabajo, colocación y traslado de los inmigrantes. Luego, hacia 1913, ya contaba con salas donde se exponían maquinarias agrícolas y se explicaba su uso para los trabajadores. En pocas palabras, el Hotel de los Inmigrantes era una pequeña ciudadela en el puerto de Buenos Aires.
Una construcción para albergar la inmigración
Una de las cosas que más llama la atención cuando hoy visitamos el Hotel, actual Museo de la Inmigración, es su construcción. Hecho para albergar a miles de personas que habían viajado meses en barco, dejando atrás su tierra. El Hotel contaba con un comedor en la planta baja y los dormitorios en los pisos superiores. Todo estaba organizado por turnos, debidamente estipulado: los horarios de las comidas, las horas para dormir y los tiempos libres que, según el sexo, estaba destinado a ocupaciones diversas. Los hombres, para la búsqueda de trabajo. Las mujeres, al cuidado de los niños y las tareas domésticas.
Una ciudad dentro del puerto
La decoración del Hotel también es particular a la vista. Las paredes blancas cubiertas por azulejos nos recuerdan a la estructura de un hospital antiguo. Es que, netamente, tenía un objetivo similar. Que las enfermedades no se propagaran, que los pisos y paredes sean fáciles de limpiar, para así mantener la salud e higiene de y para todos. El Hotel era un verdadero lugar de paso. El alojamiento gratuito era por cinco días. De todos modos, se podía extender generalmente por caso de enfermedad o de no haber conseguido un empleo.
El fin del Hotel de los Inmigrantes, el nacimiento del Museo
El Hotel de los Inmigrantes funcionó como tal entre 1911 y 1953. Desde la década de ‘70, fueron múltiples las iniciativas que empujaban la creación de un Museo destinado a mantener viva la memoria de la inmigración. Gracias a la Dirección Nacional de Migraciones, en 1983, el Ministerio del Interior encomendó “la realización de un estudio de factibilidad de creación de un museo que reviviera las circunstancias del hecho histórico de la inmigración en la Argentina”. Fracasada dicha gestión, 2 años más tarde, se creó el “Museo, Archivo y Biblioteca de la Inmigración” en un sector del edificio del Hotel de Inmigrantes.
En la década del ‘90, el Poder Ejecutivo Nacional declaró Monumento Histórico Nacional al conjunto edilicio del ex-Hotel de Inmigrantes. Si bien, a medida de que pasaban los años, el sueño del Museo se iba concretando, no fue hasta el 2013 cuando los pasillos del Hotel volvieron a llenarse con nuevos pasos que lo recorrían. Desde ese entonces, gracias a la articulación institucional y operativa de la Dirección Nacional Migraciones con la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF), el Museo de la Inmigración hoy mantiene sus puertas abiertas brindando nuevas propuestas al público que, cotidianamente, lo visita.
“Para todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino”
La visita al Museo de la Inmigración siempre es una deuda pendiente. Todos los descendientes deberíamos visitarlo para recordar los pasos de nuestros antepasados. Lo primero que vemos al traspasar la reja es el imponente edificio. Los caminos nos llevan casi instintivamente a los pisos superiores. Las escaleras que unen cada de las plantas son testigos de la cantidad de personas que las caminaron. Podemos observar a simple vista y con el tacto de nuestras pisadas, el desgaste de los escalones. No es difícil imaginar a los niños que, jugueteando y corriendo, subían y bajaban por ellas, escondiendo en cada paso la pisada de la tierra abandonada.
Fare l’America
En el 3° piso se encuentran los dormitorios. Grandes pabellones con camas marineras. ¿Qué habrá pasado por esa mente que, apoyada la cabeza sobre la almohada, buscaba paz y tranquilidad, luego de tiempos revueltos sobre la tierra firme y atravesada por el océano? Nunca lo sabremos o es muy doloroso imaginarlo. El dolor del desarraigo y la nostalgia laten en las paredes. Y allí, en medio de la gran habitación cubierta con imágenes y objetos de los inmigrantes, nos encontramos con una réplica de un típico barco de pasajeros. Allí es donde todo cobra sentido. Al mirar ese barco que no es de nadie pero al mismo tiempo es de todos, vivimos a través de él la memoria colectiva de la inmigración en Argentina.
El viaje finaliza
Si bien el recorrido a través del Museo, ex Hotel de los Inmigrantes, es libre, dejo una recomendación. En la planta baja, cerca del bar y de la librería, se encuentra un mostrador donde personal del Museo ofrece la oportunidad de realizar una búsqueda en los registros históricos. No se trata de cualquier indagación. Los visitantes podrán encontrar la fecha, el barco y con cuál oficio llegó su antepasado al país. Tan solo es necesario su nombre. Con dicha búsqueda, el viaje que comenzó la familia hace más de un siglo atrás finalmente concluye.
Los rostros, los ojos y el corazón emocionado de los visitantes lo demuestran. La familia se volvió a unir. Cuando salimos del Museo, ya no somos los mismos, algo cambió dentro nuestro. Los lazos se reencontraron y las raíces están enlazadas nuevamente. El pasado y el presente se unen. Ese es nuestro legado, nuestra identidad. Somos ese puente entre el ayer y el hoy, entre la tierra abandonada y la promesa de un futuro distinto.